Encierros de Cuéllar: El respeto al toro
Si hay algo que caracteriza los encierros de Cuéllar es el respeto por el toro. Ya en las ordenanzas municipales de 1546, se recoge la ley 158, que regula el tamaño que han de tener los hierros de las garrochas para evitar que los astados mueran por las heridas: «Porque de tirarse garrochas a los toros que se corren en esta villa con clavos largos y arpones, viene daño, así que los toros mueren […] ordenamos y mandamos que ningún herrero de esta villa ni de su tierra de aquí en adelante no sea osado de hacer hierro de garrocha que sea más largo de tres dedos».
El ganado es protegido desde el mismo momento en que se produce su suelta del corral. Aunque los caballistas autorizados a participar en los encierros supera los 400, sólo un reducido grupo de 20 caballistas identificados con un brazalete son los únicos que pueden guiar y acompañar a la manada durante su recorrido por el campo, siendo denunciados por efectivos de la Guardia Civil aquellos caballistas no autorizados como guías que sobrepasan las medidas de seguridad.
Las propias tradiciones y la evolución social han ido cambiando en lo relacionado con el respeto al toro: Así, si hace varias décadas se realizaba el llamado "Domingo de Varas", que era el domingo anterior al primer encierro, donde todos bajaban a la ribera del Cega a cortar una vara para luego castigar al ganado de los encierros, a un encierro sin varas, donde los toros que se quedan en el recorrido urbano se suben a la plaza a corte limpio.
Desde hace años también se modificó una parte del recorrido campestre, en la que los astados pasaban por el asfalto, cambiando ese tramo por rastrojos. Este recorrido campestre del encierro está en proceso de declaración de zona protegida por parte del Ayuntamiento de Cuéllar.
Una vez que la manada llega al Embudo, los caballistas se retiran, y dan paso a los pastores, identificados con su vestimenta y portando su vara, que son los encargados de proteger a los astados para que no sean agredidos durante el encierro urbano.
Los encierros de Cuéllar se encuadran dentro de las fiestas patronales en honor a Nuestra Señora del Rosario, y siempre comienzan la tarde del sábado que precede al último domingo de agosto. La Salve popular, cantada en honor a la imagen mariana, el repique de campanas convocando a concejo a la villa, la procesión con la Virgen, la presentación de la corregidora y el pregón señalan la apertura oficial.
Se trata de una de las tradiciones de mayor importancia en Cuéllar, heredada de padres a hijos que se ha ido enriqueciendo a lo largo de ocho siglos de historia. Pero no sólo eso, sino que es aquello de lo que más se presume en esta villa, aquello que se cuida; es además un alto en el camino durante el año laboral, porque también es eso, el principio y el final de cada año, pues para los cuellaranos el año termina cuando finan sus encierros. Tal es la importancia y repercusión en Cuéllar de sus fiestas que, a lo largo de todo el año, se realizan coloquios, conferencias y todo tipo de actividades relacionadas con ellos. También las nuevas generaciones ven en los encierros una de sus huellas de identidad, por lo que el juego del encierro con carretones es muy habitual en los patios de los colegios cuellaranos, motivo por el cual el Ayuntamiento impulsó este tipo de encierros infantiles para diversión de los más pequeños durante las fiestas.
Durante sus ocho siglos de historia han sufrido diversidad de cambios: la fecha de celebración, pues pasó del 24 de junio a finales de agosto; el lugar donde encerrarlos y por tanto el recorrido urbano del encierro, siendo primero en la plaza Mayor y en la actualidad la plaza de toros; o los días de fiesta, pues originalmente eran dos y en la actualidad se extiende a cinco. Pero a pesar de estos cambios, el carácter y el sentido de la fiesta permanecen vivos, el respeto y admiración por los toros, la hospitalidad de sus gentes con los foráneos.